miércoles, 12 de julio de 2017

¿Hay que poner límites a nuestros hijos? ¿Hasta dónde deben llegar?

Estas son preguntas que se hacen muchas familias a diario. Hablar de límites es difícil, como difícil es llegar a un consenso en este aspecto. Los límites que marcan los padres otorgan a los hijos sentimientos de seguridad y protección y nos ayudan a regular de forma externa aquellos aspectos de la conducta que aún no saben controlar internamente. Es importante tener claro que los límites no deben ser un impedimento para que una niña o niño desarrolle su personalidad, para que sea él mismo. Más bien al contrario. Son, simplemente, un punto de partida desde el que comenzar a construir todo lo demás.


Si quisiéramos hacer una analogía sencilla, podríamos comparar los límites con la estructura de un edificio. Con ellos, entre otras muchas otras cosas, se construye la estabilidad de los pequeños, se les da unos cimientos seguros para crecer, junto con el cariño y el acompañamiento de los padres. Por tanto, el establecimiento de normas y límites en el contexto familiar supone uno de los factores de protección más significativos a la hora de reducir la probabilidad de aparición de conductas de riesgo.
Antes de establecer unos límites y normas, es fundamental que haya:
  • Acuerdo entre las partes. Es importante que las personas que sean un referente para el niño (las que pasen más tiempo con él) compartan la misma opinión en lo que a límites se refiere. Tiene que haber un consenso para que el niño tenga claro en todo momento lo puede o no puede hacer.
  • Realidad. Las normas han de ajustarse a la realidad del niño. De nada sirve establecer una norma si el pequeño no va a poder cumplirla porque sencillamente, no esté adaptada a su edad.
  • Claridad. Las normas han de ser comprensibles, los hijos deben saber exactamente qué es lo que se espera de ellos y tienen que poder comprenderlas.
    Por ejemplo, si tenemos que corregir varios aspectos, comenzaremos por establecer algunas normas de oro, que dejaremos claras a nuestros hijos y que bajo ningún concepto pueden no cumplirse; por ejemplo: no agredir. Es el límite más claro, y el más importante de seguir.
  • Consistencia. La aplicación de las normas debe ser siempre igual de consistente, independientemente de factores externos, como por ejemplo el cansancio. No es permisible que durante el fin de seamos seamos absolutamente estrictos con ciertos límites y cualquier otro día, porque estemos cansados,  decidamos permitir lo que otras veces no hacemos o gritar a nuestros hijos.
  • Constancia. Es indispensable ser constantes en el tiempo. Si no, el esfuerzo será en vano.
  • Paciencia. Es la regla de oro. Ser pacientes. Confiar en que estamos haciendo lo correcto si lo estamos haciendo convencidos. Habrá días fáciles y días más difíciles, y muchos en los que, quizás, queramos tirar la toalla. En esos momentos, lo mejor es tomar distancia unos instantes, contar internamente hasta diez, y pensar un par de veces lo que vamos a decir y cómo lo vamos a decir.

 Pero no olvides…

  • Encontrar el equilibrio. No podemos permitirlo todo, pero tampoco poner demasiados límites. Tenemos que tratar de encontrar un punto intermedio.
  • Establecer los límites desde un punto de vista positivo, y también tener cuidado con el ‘no’.  Tendemos a utilizarlo mucho porque en los adultos sale de manera instintiva, pero tiende tiende a frustrar más a los pequeños. En su lugar, podemos plantear alternativas. Por ejemplo: en vez de decir “no juegues con el balón dentro de casa” podemos plantear: “¿qué te parece si salimos a jugar con el balón al parque?”. La consecuencia será parecida (o mucho mejor), pero en vez de dar al pequeño una orden que podrá (o no) seguir, le estaremos planteando una alternativa a aquella acción que resulta conflictiva. 
  • Es importante que el niño o niña comprenda el límite, lo interiorice, entienda la razón por la que es importante, y no relegar su cumplimiento a la mera presencia del adulto.
  • Dosifica los límites poco a poco, establece prioridades. No podemos pasar de no tener apenas normas a tenerlas todas. Los niños a estas edades tan tempranas tienen que ir asimilando poco a poco porque precisamente lo que pretendemos es que interiorice el contenido. En cada caso, estableceremos unas prioridades en función de las necesidades que nos plantee cada niño.

¿Cómo establecemos las normas en los primeros años?

Principalmente, la clave está en establecer límites relacionados con las rutinas y hábitos, es decir, aquellos que se relacionan con comportamientos relativos a la comida, el sueño o la higiene. Aunque quizás no entienden todo lo que decimos, sí entienden cómo lo decimos: las entonaciones y la comunicación no verbal (nuestros gestos) son importantísimos.

¿Y cómo actuamos ante una situación de oposición?

En ocasiones, los pequeños pueden oponerse a las normas mediante insultos, malas contestaciones, rabietas, pataletas, gritos… Llegados a este punto (que llega más pronto que tarde), es relevante tener en cuenta varios aspectos:
  • No debemos nunca responder de la misma manera, nunca con insultos, gritos o malas contestaciones. 
  • Hay que expresar tranquilidad y reflejar la situación. Si un niño observa que el adulto pierde los nervios, seguramente ello le genere aún más intranquilidad.
  • Es importante manifestar nuestro desacuerdo e indicarle cuál debería ser su conducta, así como hacerle saber cuáles serán las consecuencias. Por ejemplo, que “si pegas a tus amigos nos tendremos que ir a casa”.  Debe saber que el límite establecido tiene una razón de ser y un porqué.  
  • Pero sobre todo, hay que darle tiempo de reflexión y ejecución de la norma. No podemos esperar que respeten los límites a la primera. Así que, de nuevo, la clave de todo está en ser consistentes y tener paciencia. Mucha paciencia.

Autora: Elena Rodríguez Fernández
Fuente: pequeñoensanche

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